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RECOMENDACIONES PARA EVOLUCIONAR A PARTIR DE LA TRISTEZA


Algunos consejos tomados sobre todo de la carta VIII que Rilke escribió en 1904, y que hablan del poder de la tristeza para transformar al ser humano.

Ten paciencia con todo lo que no está resuelto en tu corazón y trata de amar a las preguntas mismas.

-Rainer Maria Rilke

“Yo creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de tensión que experimentamos como si se tratara de una parálisis”, le escribió Rainer Maria Rilke al joven Franz Xaver Kappus, con quien tendría una correspondencia epistolar por más de cinco años. “Porque ya no percibimos el vivir de nuestros sentidos enajenados, y nos encontramos solos con lo extraño que ha penetrado en nosotros”.

En casi todas sus cartas, que más allá de estar dirigidas al militar Kappus nos aluden a todos, profundamente, Rilke retoma el tópico de la tristeza, y la soledad que necesariamente la acompaña. En su carta VIII hay un cúmulo de meditaciones que vale la pena tener en cuenta cuando nos acaece el ubicuo fantasma de la melancolía. Equiparar las emociones con la arquitectura de una casa, por ejemplo, o con un cruce de avenidas, es una buena manera de aprehenderlas. Cuando una tristeza grande entra en nosotros, nos transformamos como se transforma una casa en la que ha entrado un huésped. “Por ello es tan importante permanecer solitario y alerta cuando se está triste”, escribió Rilke.

Cuanto más callados, cuanto más pacientes y sinceros sepamos ser en nuestras tristezas, tanto más profunda y resueltamente se adentra lo nuevo en nosotros. Tanto mejor lo hacemos nuestro, y con tanta mayor intensidad se convierte en nuestro propio destino.

De acuerdo con el poeta, la importancia de la soledad radica en que no es algo que podamos fundamentalmente escoger o rechazar. Somos solitarios, enfatiza. Sin embargo, todos tenemos la tendencia a engañarnos a nosotros mismos y pretender que no es así: nos engañamos por miedo a sentir y perdernos en los cambios de infraestructura que ocurren alrededor. “Así, por cierto, ocurrirá que sintamos vértigo, pues nos vemos privados de todos los puntos de referencia en que solía descansar nuestra vista. Ya no hay nada cercano. Y todo lo que es lejano está infinitamente lejos”.


Esta es la arquitectura transformada de la que hablábamos. La soledad es un cambio tan grande que se extiende al mundo de las cosas. Las paredes pueden alejarse de nosotros hasta el punto de hacernos sentir que no estamos allí. Y no importa cuanto tiempo pasemos en un cuarto, cuantas cosas introduzcamos en él, no podemos llenarlo, habitarlo.


Le parecería estar cayendo, o se creería lanzado al espacio, o bien estallando en mil pedazos. ¡Qué enorme mentira debería inventar entonces su cerebro para alcanzar a recuperar el estado anterior de sus sentidos y devolverles su serenidad! Así se transforman, para quien se vuelva solitario, todas las distancias, todas las medidas.


Muchos de estos cambios que menciona Rilke se producen de un modo repentino o brusco, y entonces surgen aprensiones insólitas, sensaciones extrañas que parecen rebasar lo humanamente soportable. “Pero es necesario”, aconseja, “que también esto lo vivamos. Debemos aceptar y asumir nuestra existencia del modo más amplio posible”.


En su carta subraya que, el hecho de que los humanos seamos cobardes cuando se nos presenta algo tan inexplicable y abstracto como la soledad, le ha hecho mucho mal al mundo. O, en otras palabras, la cobardía ha aletargado su proceso de evolución y ha circunscrito las relaciones entre los seres humanos.


No sólo por desidia se repiten las relaciones humanas con tan indecible monotonía y sin renovación alguna de un caso a otro, sino también por temor y recelo ante cualquier vivencia nueva y de imprevisible trascendencia, que uno cree superior a sus fuerzas.


Lo que queda de esta carta, y del resto de ellas –que se aproximan esencialmente a lo mismo– es que la tristeza es una posesión que debe ser recibida como un huésped. Hay que ser pacientes.


Así que no debes asustarte cuando una tristeza se alce ante ti, más grande de lo que jamás has visto; cuando una inquietud pase como sombras de luz y nube sobre tus manos y sobre todo lo que hagas. Debes pensar que la vida no te ha olvidado, que te tiene entre las manos; no te dejará caer. ¿Por qué querrías excluir de tu vida toda inquietud, todo dolor, toda melancolía, si no sabes lo que estas condiciones están haciendo por ti?


Rilke, como Borges, Cavafis y muchos otros, es categórico al decir que la valentía es lo único que importa realmente. “Debemos aceptar y asumir nuestra existencia del modo más vasto posible. Todo, incluso lo inaudito, ha de ser posible allí. Ese es fundamentalmente el único valor que se nos pide: ser valientes en la cara de lo más extraño, lo más singular y lo más inexplicable que nos pueda acaecer”.


Las cartas, en su totalidad, componen un arsenal de sabiduría que, al hablar de las emociones más “humanas”, se dirigen a cada uno de nosotros para hacernos reflexionar y quizá cambiar de perspectiva. Pero Rilke mismo dejó claro que “nadie puede aconsejarte y ayudarte, nadie. Sólo hay un camino. Ve hacia ti mismo”.​

Ten paciencia con todo lo que no está resuelto en tu corazón y trata de amar a las preguntas mismas.

-Rainer Maria Rilke

“Yo creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de tensión que experimentamos como si se tratara de una parálisis”, le escribió Rainer Maria Rilke al joven Franz Xaver Kappus, con quien tendría una correspondencia epistolar por más de cinco años. “Porque ya no percibimos el vivir de nuestros sentidos enajenados, y nos encontramos solos con lo extraño que ha penetrado en nosotros”.


En casi todas sus cartas, que más allá de estar dirigidas al militar Kappus nos aluden a todos, profundamente, Rilke retoma el tópico de la tristeza, y la soledad que necesariamente la acompaña. En su carta VIII hay un cúmulo de meditaciones que vale la pena tener en cuenta cuando nos acaece el ubicuo fantasma de la melancolía. Equiparar las emociones con la arquitectura de una casa, por ejemplo, o con un cruce de avenidas, es una buena manera de aprehenderlas. Cuando una tristeza grande entra en nosotros, nos transformamos como se transforma una casa en la que ha entrado un huésped. “Por ello es tan importante permanecer solitario y alerta cuando se está triste”, escribió Rilke.


Cuanto más callados, cuanto más pacientes y sinceros sepamos ser en nuestras tristezas, tanto más profunda y resueltamente se adentra lo nuevo en nosotros. Tanto mejor lo hacemos nuestro, y con tanta mayor intensidad se convierte en nuestro propio destino.


De acuerdo con el poeta, la importancia de la soledad radica en que no es algo que podamos fundamentalmente escoger o rechazar. Somos solitarios, enfatiza. Sin embargo, todos tenemos la tendencia a engañarnos a nosotros mismos y pretender que no es así: nos engañamos por miedo a sentir y perdernos en los cambios de infraestructura que ocurren alrededor. “Así, por cierto, ocurrirá que sintamos vértigo, pues nos vemos privados de todos los puntos de referencia en que solía descansar nuestra vista. Ya no hay nada cercano. Y todo lo que es lejano está infinitamente lejos”.


Esta es la arquitectura transformada de la que hablábamos. La soledad es un cambio tan grande que se extiende al mundo de las cosas. Las paredes pueden alejarse de nosotros hasta el punto de hacernos sentir que no estamos allí. Y no importa cuanto tiempo pasemos en un cuarto, cuantas cosas introduzcamos en él, no podemos llenarlo, habitarlo.


Le parecería estar cayendo, o se creería lanzado al espacio, o bien estallando en mil pedazos. ¡Qué enorme mentira debería inventar entonces su cerebro para alcanzar a recuperar el estado anterior de sus sentidos y devolverles su serenidad! Así se transforman, para quien se vuelva solitario, todas las distancias, todas las medidas.


Muchos de estos cambios que menciona Rilke se producen de un modo repentino o brusco, y entonces surgen aprensiones insólitas, sensaciones extrañas que parecen rebasar lo humanamente soportable. “Pero es necesario”, aconseja, “que también esto lo vivamos. Debemos aceptar y asumir nuestra existencia del modo más amplio posible”.


En su carta subraya que, el hecho de que los humanos seamos cobardes cuando se nos presenta algo tan inexplicable y abstracto como la soledad, le ha hecho mucho mal al mundo. O, en otras palabras, la cobardía ha aletargado su proceso de evolución y ha circunscrito las relaciones entre los seres humanos.


No sólo por desidia se repiten las relaciones humanas con tan indecible monotonía y sin renovación alguna de un caso a otro, sino también por temor y recelo ante cualquier vivencia nueva y de imprevisible trascendencia, que uno cree superior a sus fuerzas.


Lo que queda de esta carta, y del resto de ellas –que se aproximan esencialmente a lo mismo– es que la tristeza es una posesión que debe ser recibida como un huésped. Hay que ser pacientes.


Así que no debes asustarte cuando una tristeza se alce ante ti, más grande de lo que jamás has visto; cuando una inquietud pase como sombras de luz y nube sobre tus manos y sobre todo lo que hagas. Debes pensar que la vida no te ha olvidado, que te tiene entre las manos; no te dejará caer. ¿Por qué querrías excluir de tu vida toda inquietud, todo dolor, toda melancolía, si no sabes lo que estas condiciones están haciendo por ti?


Rilke, como Borges, Cavafis y muchos otros, es categórico al decir que la valentía es lo único que importa realmente. “Debemos aceptar y asumir nuestra existencia del modo más vasto posible. Todo, incluso lo inaudito, ha de ser posible allí. Ese es fundamentalmente el único valor que se nos pide: ser valientes en la cara de lo más extraño, lo más singular y lo más inexplicable que nos pueda acaecer”.


Las cartas, en su totalidad, componen un arsenal de sabiduría que, al hablar de las emociones más “humanas”, se dirigen a cada uno de nosotros para hacernos reflexionar y quizá cambiar de perspectiva. Pero Rilke mismo dejó claro que “nadie puede aconsejarte y ayudarte, nadie. Sólo hay un camino. Ve hacia ti mismo".

 

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